martes, 5 de octubre de 2021

 Y vio Dios que la luz era buena.


Así comienza el libro bíblico del Génesis, y es indudable que desde aquellos remotos tiempos la luz ha sido un elemento sinónimo de vida, de don concebido por la gracia divina.
Dar a luz, alumbrar, son verbos otorgados a las mujeres desde que el mundo es mundo para parir nuevas criaturas y mantener la especie.
Un ser de luz es, en lenguaje popular,una buena persona, pero si tiene pocas luces no se le augura un futuro prometedor ni mucho menos “brillante”.
Edad Media, la época de luces y sombras.
Siglo XVIII, el siglo de las luces, de la Ilustración.

Estos simples ejemplos, sólo vienen a confirmar que ya en nuestra cultura judeo-cristiana, se sea creyente o no, la luz es un símbolo que ha marcado nuestra civilización.
Por tanto, no es de extrañar que nuestro sistema socioeconómico, siempre a la búsqueda del negocio, haya puesto el foco en la generación, control y gestión de esta necesidad básica.
Porque nos guste o no, las personas vivimos necesitadas de luz. 

Y no lo digo solo en clave intelectual por el bombardeo mediático que sufrimos, lo digo porque sencillamente nuestra vida actual sin luz no funciona.

¿Se imaginan en pleno confinamiento sin luz? Sin conexión a internet, sin alumbrado en las calles, edificios, fábricas, supermercados, obradores, hospitales etc. Un caos.

Ya nada funciona sin luz. Y lo saben.

 Nos han traído hasta un mundo donde es impensable vivir sin ella y desde luego tampoco queremos volver a las tinieblas. Y también lo saben. 

Han creado una necesidad, una dependencia y un gran negocio que funciona con las coordenadas del libre mercado, generando una de las mayores brechas de desigualdad social: la pobreza energética.
Claro ejemplo de ello es la Cañada Real de Madrid, donde 4500 personas, entre ellas 1800 menores, han sufrido y sufren oleadas de frío y condiciones inhumanas a causa de la carencia de esta.
La ONU ha criticado al gobierno español por la irresponsabilidad ejercida contra la infancia en este caso.

Pero aún hay otro golpe de tuerca más. La luz ha alcanzado en España máximos históricos y sigue desenfrenada. Y la inflación está por llegar.


De momento el precio de la vivienda no baja, la cesta de la compra ha subido y los carburantes siguen con su tendencia al alza.

¿Y los salarios? Los salarios no crecen en la misma proporción. Y el gobierno debate la subida del salario mínimo interprofesional para alcanzar la “astronómica” cifra de 1000 euros. 
El rabo del perejil frente a las sustánciales ganancias obtenidas por las multinacionales energéticas.

Las fauces capitalistas quieren dar otro bocado a la clase trabajadora aprovechando este momento de noqueo pandémico, y lo hacen en otra necesidad básica, la luz.
De seguir este camino, a la ciudadanía le espera un futuro apocalípticamente negro. 
Por seguir con alusiones bíblicas.

La clase trabajadora solo puede responder con lucha, con reivindicación y resistencia organizadas. Reaccionar frente a la avaricia despótica del sistema es poner la proa hacia la luz y en esa tarea hay una responsabilidad individual y colectiva. Se llama militancia. Se llama sindicato.


*Texto publicado por ALDA en su número 16 de septiembre/ octubre.  https://www.ela.eus/alda/artxiboa/alda016/at_download/file

 


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